lunes, 15 de julio de 2013
viernes, 11 de noviembre de 2011
domingo, 13 de junio de 2010
jueves, 29 de abril de 2010
domingo, 25 de abril de 2010
El pueblo perfecto para mí
Hoy os voy a contar los días que pasé en Desojo, que es el pueblo de Ana.
Unos 50 minutos nos costo llegar por un camino con innumerables curvas, algunas muy pronunciadas, el sol lucía y nos dejaba ver los bosques y los campos arados y recién sembrados de cereal, y con el calorcillo del coche me fui adormilando poco a poco hasta que llegamos y nos tuvimos que bajar del coche con poca gana, en aquel momento no me dí cuenta que llegábamos al paraíso.
Después de unos días disfrutando de los paseos con Paula, Adrián, Aitor y el abuelo Javier llegó el momento en que me tropecé con un rebaño de ovejas custodiadas por el pastor y cinco magníficos ayudantes, luego de las presentaciones ordinarias pude apreciar la labor tan buena que realizaban teniendo el rebaño permanentemente controlado, me pareció fascinante y divertido que tal cantidad de animales tuvieran tanto respeto por mis colegas incluso un macho cabrío con unas pintas impresionantes al que me tropecé de repente proporcionándome un susto de muerte con esa mirada tan violenta con la que se presentó, miré a mis compañeros, pensando que se les había colado un demonio entre tanta oveja, enseguida vinieron en mi auxilio poniendo aquel pavoroso animal en su sitio, en aquel momento, además de trabajadores y leales también consideré a mis camaradas unos valientes.
Todo por Aitor.
Han pasado muchos días y muchas cosas, pero me voy a limitar a contar lo mas importante para mi.
Un día que me bajó a pasear mi amigo Aitor hice el mayor sacrificio que recuerdo como muestra de obediencia, el caso es que después de corretear con el un buen rato y subir y bajar en la pista de skate que tenemos en el barrio, descubrí el mayor tesoro jamas encontrado por un perro: una hamburguesa prácticamente completa, cuando el aroma inundo mi estómago provocando la segregación de los jugos gástricos y ya estaba a punto de incarle el diente, oí la voz asustada de Aitor que gritaba preocupado: No, Negu, comer no. Y en ese momento mi instinto me hizo girar la cabeza, para ver si era verdad que mi gran amigo era capaz de pedirme semejante sacrificio, y para mi desgracia si lo era, su cara de preocupación me alertó de que algo raro pasaba, por lo que acudí a su lado esperando algún tipo de explicación, en ese momento no me la dio, pero luego supe que un hombre con sus facultades mentales disminuidas se dedicaba a dejar trozos de carne envenenada por la ciudad, por lo que el mal rato que pasé dejando allí aquel manjar me salvo la vida seguramente. Desde entonces he decidido que no comeré nada de la calle sin mirar antes a la persona que me acompañe.
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